miércoles, 13 de enero de 2010

Un correo de amor en la oficina

1. El lunes de la semana pasada, justo después de la hora del almuerzo, entré a la oficina y Juana me dijo Te escribieron un correo de amor. Insistió con el asunto y yo no entendía nada de nada. Al rato María Clara me dijo Oye, ¿no quieres ver el correo de tu amiga la tenista? Y ahí sí quedé loco. Sí, de tu amiga Stephanie, la tenista.

2. La semana anterior a esa había estado en Cali y, a pesar de que era tiempo de vacaciones, yo solo tenía ganas de acostarme temprano y jugar unas buenas dos horitas al tenis por las mañanas. El último día antes de venirme para Bogotá me levanté temprano porque quería aprovechar el día. Tenía que armar maletas y antes quería ir a la chorrera y antes de eso quería jugarme un buen partidito. Tenía que aprovechar que había jugado toda la semana para darle unos buenos golpes a la bola mientras me anticipaba a las triquiñuelas del profesor que ya se las estaba, más o menos, leyendo. Cuando estaba por irme, o así, entró a la cancha, muy inopinadamente, una de las vecinas del conjunto en el que vive mi madre y en el que la cancha, comparada con las del Parque Nacional, parece la del Roland Garros. El profe de tenis, como estaba enguayabado (me había dicho que la noche anterior había tomado vino, aguardiente y chicha y que no volvía a tomar nunca en la vida, a lo que yo le dije que lo que había que hacer era, más bien, aprender a tomar), dijo Bueno, jueguen ustedes dos. Mientras la vecina calentaba, me fui a uno de los mangos que hay por ahí y me bajé un par de mangos jugosos y lechosos que me calmaron un poco el ardor en las piernas y los pies, del sol tan picante que estaba haciendo ese dos de enero. De regreso a la cancha era un joven Laver o Bjorg, el revés clásico de Jimmy Connors, sólo que diestro y a una mano. ¿A ti cómo se te hace un globo? Es una mala idea porque me encanta hacer el smash de derecha. Sí, eso veo. Ahí sentados en el quiosco junto a la cancha me preguntó que de dónde me había sacado esa camiseta tan chévere. No, no la compré en ninguna parte. Es un cuento largo, la verdad. A ver. Bueno, pues este que ves aquí atrás en la espalda es Santiago. Pero todos le decimos Pradilla, pero todos le decimos Prado. Un domingo de los de antes, nos fuimos unos amigos, entre ellos Prado, a hacer picnic en el cerro de Guadalupe. Fue un día de esos que justifican. Habíamos comprado El Espectador y, en el tarot de Mavé, que es lo primero que consulto los domingos cuando compro el periódico, decía para Virgo, o tal vez era para Tauro pero ya no recuerdo, Acuéstate sobre el prado y recibirás los rayos de luz, que fue motivo para aun más risa en ese domingo retozón. Días después, para el cumpleaños de Prado, Nico dijo, para sumar a la serie de sorpresas (porque ya Andrea había organizado una fiesta sorpresa) ¡Ya sé! Hagamos una camiseta para todos nosotros con una foto de Prado y que diga Acuéstate sobre el Prado y recibirás los rayos de luz. ¡Sí! ¡Excelente! Entonces empezó una cadena de mensajes que creo que ha sido la de mayores conversaciones en mi gmail. Unos votaban por esta foto, otros votaban por esta otra, unos decían que el prado debería ser así y otros decían que el prado debería ser mejor asá. Otra cosa fue la de los colores de las camisetas, que si negra, que si blanca, que si de colores. Eso por un lado, y bueno, ni te quiero contar la odisea que fue encontrar quién nos imprimiera la imagen justo como la queríamos. Finalmente dimos con un lugar al otro lado de la ciudad, al que tuvimos que ir cinco veces. Cinco veces. El caso es que el cumpleaños de Prado pasó, pasaron los días, y nosotros nada que salíamos con la bendita camiseta. Pero, para resumirte el cuento, porque créeme que lo de las impresiones daría para una película, el día por fin llegó. Y ese fue otro domingo de celebración, y es por eso que tengo esta camiseta. Ah, veo.

3. Cuando María Clara me dijo Sí, tu amiga la tenista, entonces ya la cosa como que tuvo más sentido. Pero seguía sin tener ningún sentido porque cómo era posible que me hubiera escrito un correo personal al correo de info de la oficina. Era claro que esta mujer no entendía nada sobre la etiqueta que gobierna los correos electrónicos. Cómo era posible que no se diera cuenta de la situación tan embarazosa en la que alguien se puede ver de pronto envuelto por una distracción tan elemental. Además, ¿se había ido inmediatamente para la casa a buscarme en google? ¿Huh? ¿Cómo así? Me pareció emocionante al tiempo que vergonzoso. Me citaba a un partido de tenis, pero que por favor me pusiera la camiseta de Prado. Le respondí diciéndole que era una agradable sorpresa pero que por favor la próxima vez que me quisiera escribir me escribiera a mi correo personal, cosa que hizo.

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