sábado, 19 de diciembre de 2009

El clásico viernes improductivo

Entrada de mi diario del viernes seis de febrero de 2009: "Viernes seis de febrero, hora local veinte treinta y cuatro y hoy ha sido el clásico viernes improductivo, no logro concentrarme en lo que estoy haciendo (...)". Hoy es sábado y ayer fue otro clásico viernes improductivo. A las seis de la mañana estábamos Prado y yo listos a jugar nuestro clásico del deporte blanco. Como es ya tradición, de nuevo lo vencí a dos sets. Aunque los dos carecemos del estado físico necesario, Prado tiene un buen feeling para la cosa pero yo tengo más técnica. Al llegar a la oficina, y durante todo el día, no pude hacer nada de nada de lo cansado que estaba. No hice absolutamente nada. Es como si ni hubiera abierto mi buzón de correo en todo el día. Decidí irme temprano para acabar con esa farsa laboral y cogí un taxi hasta mi casa. Estaba a mitad de la última cerveza que quedaba en la nevera cuando recibí de repente la llamada de Prado, invitándome a Monserrate a que asistiéramos a ver a su madre cantar algunos números del repertorio clásico de la natividad. Nunca había estado en Monserrate de noche. Las luces de la ciudad eran espectaculares. Le dije a Prado que ya que habíamos entrado a la iglesia y habíamos visto el coro (yo había intentado infructuosamente sentarme en una de las bancas de alguien que estuviera comulgando) nos fuéramos para una rumba bien degenerada. Prado llamó a Diego, que estaba en su casa en una comida con unos amigos. Yo había hablado con Dani, y me dijo que iba a la fiesta de la recontra. Como esta gente también iba para allá, entonces quedamos en que nos veíamos adentro. En lo de Diego, nos tomamos unos pocos tragos y fumamos un porro eléctrico que nos puso a reírnos como enanos. Finalmente salimos para la fiesta y, mientras, yo me iba tomando el gin que me había llevado de lo de Diego. Cuando llegamos al lugar de la fiesta había una fila de los mil demonios. Qué fatiga. En la fila me encontré con Juan y con de la Cruz, que hace rato no lo veía. Cuando los saludé volví al extremo de la fila en donde estaban Prado y Diego y este parche del que vengo hablando. Fue entonces cuando tuve la experiencia asquerosa. Uno de los imbéciles que estaba en lo Diego (era de este porte: "Le juro we'on que yo antes era homofóbico, we'on. Hoy en día, we'on, mi mejor amigo es gay, we'on") empezó a contar un cuento que en principio era gracioso. Contaba cómo los que vendían cerveza en la calle también vendían bareta. Dijo que era que vendían chicha y bareta. Entonces imitaba la voz del vendedor callejero, cómo alternaban la voz "chicha, chicha" con la voz "bareta, bareta." Y entonces nos reímos. Después quiso ser más gracioso. Dijo que no sólo modulaban la voz para hacer la diferencia entre la venta abierta (la de la chicha) y la venta furtiva (la de la bareta), sino que se le acercaban a uno al oído y, mientras decían "bareta, bareta", le escupían en la oreja a uno. Entonces me tomó a mí, que estaba a su lado, para hacer la pantomima. Dijo "chicha, chicha" y al momento de decir "bareta, bareta" se acercó a mi oreja izquierda y me dejó estampados un chorro de aire caliente y saliva. Yo retrocedí con un gesto de disgusto y asco, que creo no representó la magnitud de mi desagrado. Hubo un momento de silencio y yo dije: "Voy a saludar a unos amigos que me encontré" y no lo volví a ver en toda la noche. Creo que me lo crucé un par de veces adentro, maldito e inmenso cretino escupidor como es. Cuando se acabó la fiesta, me ví de repente en un taxi, con Dani y su esposa, yendo hacia un desayunadero, pero yo ya estaba muy pasado de tragos, entonces me fuí a dormir a mi casa.

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